LA EDICIÓN CREA TERRITORIOS NUEVOS
Solo el mar nos separa es un documental contado a cuatro voces por las peruanas Karoli Bautista Pizarro y Christy Cauper Silvano (ambas de 16 años de edad) y las sirias Khaldiya Amer Ali y Marah Mohammad Alkhateeb (de 21 y 18 años, respectivamente). Todas ellas con similitudes muy saltantes: madres jóvenes, todas desplazadas de sus hogares por desastres humanos (las peruanas por un incendio en la comunidad de Cantagallo y las sirias por la guerra civil en dicho país), todas provenientes de etnias marginadas, todas entusiastas del cine, todas con sueños truncos, todas sin lugar para la renuncia, pues tienen hijos aún muy pequeños.
Karoli y Christy nos cuentan, desde los pequeños cuartos que alquilan en San Juan de Lurigancho, sus añorados días en la Comunidad Shipiba de Cantagallo, asentamiento humano que se creó tras la inmigración de un gran número de indígenas amazónicos a la capital peruana, quienes por necesidad de viviendas se asentaron en lo que era un relleno sanitario. Aquel grupo humano, cuentan ambas, tuvo que dejar el barrio súbitamente incendiado con la promesa del gobierno de turno de que retornarían a casa con servicios de agua, desagüe y luz. Acuerdo incumplido.
Cruzando el Atlántico, las sirias Khaldiya y Marah viven en Za’atari, un campo de refugiados en Jordania. Ellas cuentan cómo, también de modo repentino, tuvieron que huir de su ciudad antes que fuera bombardeada. Cuentan lo felices que eran cuando celebraban sus festividades y no debían vivir con el miedo constante a un ataque de misiles.
Las breves reseñas que hago de esos dos lugares de distancias cuasi planetarias, van desapareciendo conforme avanzamos sobre ellas. La labor de edición a cargo de EB Landesberg, Laura Doggett y Tasneem Toghoj logra “escondernos” el Atlántico, el Mediterraneo, y todas las distancias que desde que conocemos a sus protagonistas podríamos concebir. Las barreras del idioma entre las protagonistas, y a la vez directoras, han sido resueltas por una aplicación de traducción.Aasí mismo, la edición va alternando los testimonios que viajan instantáneos desde la península arábica hasta San Juan de Lurigancho en Lima. Los diálogos entre aquellas mujeres inician en lo cotidiano hasta que se vuelven diálogos fraternos. Esta alternancia igualitaria de voces hace que conforme avanza la película tengamos la sensación de estar casi en un terreno llano: una sola patria fundada en el seno del cine hecho por mujeres.
Ellas conducen el relato y son el relato. Estas mujeres enmarcan con recurrencia lo que más aman: sus pequeños hijos, su familia y su cultura. Y este clima que comparten está cargado por la nostalgia hacia sus territorios perdidos, aquellos espacios dónde solían congregarse con sus gentes, las calles donde transitaron su niñez, el lugar donde siempre podían volver, el que guardaba sus pasados y desde donde nacieron al mundo.
Adentrados al relato podemos empezar a confundir gratamente los espacios: el montaje transmite, mediante los cruces de diálogos e imágenes, aquella nueva cartografía que es la hermandad que se ha forjado entre aquellas cuatro mujeres, puntos cardinales de una misma historia, las cuatro aristas niveladas de una casa nueva cimentada en los recuerdos, decoradas por maternidades tempranas y amuebladas de anhelos.
Dixia Morales / Andares Cine