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PARAFINA (2021)

SOBRE LO CORPÓREO, LA PELOTA Y EL CULO


“La Educación Física en el Perú es básicamente fútbol”, nos cuenta Virusenzo, el personaje principal de Parafina, dirigido por Fátima Tejada y Fabiana Custodio. Me gustaría agregar que no solo la educación física sino que absolutamente todo en el Perú es fútbol. El artista Juan Javier Salazar, en uno de los últimos videos donde aparece lanzando ideas, dice: “Si en el Perú, para leer una página, tiene que haber la foto de un culo y de un huevón pateando una pelota, yo me rindo”.



Pero más allá del resentimiento, la crítica que hace, casi de pasada, Viruzenzo a la educación física, encuentra redondez en la danza que cierra el cortometraje. La danza libre, que es ese espacio de autoconciencia reveladora de los límites que, finalmente, nos dan forma. La danza, que es educación corporal y que rompe con lo hegemónico y estancada que es la sola educación física. Y la problemática de la educación física, aparte de que se relaciona con nuestra más vergonzosa tara -la educación-, parece ser un resumen, un tráiler, una sinopsis del problema de la masculinidad en el Perú. Una masculinidad que se restringe a lo físico, como si solo fuéramos cuerpo, como si solo fuéramos un huevón en formación pateando una pelota.


Existen también otras aristas que componen esta crítica que es Parafina. Me refiero a la que apuntala a la televisión y el aparato periodistico como amplificadores de la violencia, el acoso y la discriminación. Esta película corta exhibe esa práctica mediática y la usa de correlato a las narraciones de Virusenzo, a sus recuerdos oscuros de abuso en la escuela, un espacio también legitimado, irónicamente, como de aprendizaje seguro. Seguramente uno sale peor de ahí. Seguramente el colegio que no pasa de una mensualidad de quinientos o mil soles hace tanto caso como a un grillo cuando un alumno se queja de homofobia o acoso.


Esa potencia que tienen los medios para transmitir discursos que encuentran buen asidero en espacios estancados en el tiempo como el colegio, en donde lo único que se controla son las buenas apariencias durante el desfile o la celebración de aniversario, es adónde ataca Parafina.


La casa es una analogía que sirve bien para explicar algunas concepciones primarias del psicoanálisis. La casa a oscuras, con pocos espacios iluminados en donde el yo consciente sirve de linterna. Pues la violencia, y no solo los sueños astrales, nos permiten también desdoblarnos, dejando repartidos algunos pedazos de nosotros por esos rincones oscuros. Esto se ve en las escenas del sillón blanco que parece emular a una camilla, un espacio psiquiátrico de algo dañado que no se pretende purificar ni curar, y que se encuentra rodeado de oscuridad bajo una luz cenital potente. Un yo consciente que muestra las marcas de cortes en el cuerpo del protagonista que pretendieron detener su vida. Aquí la cámara -sin necesidad de adquirir la forma clásica de cámara subjetiva sujetada con manos temblorosas a la altura de los ojos- cumple la función de ese yo linterna. Es una cámara desdoblada que no sostiene nadie sino el mismo personaje viéndose, descubriéndose en una parte oscura de la casa que a su vez es él.


No puedo negar que me hubiera gustado ver más riesgo en la composición musical. Parece que en esa área sólo se optó por acompañar un sentimiento: la tristeza. Dejando afuera las posibilidades sonoras de ensayar, con la imagen y la narrativa, nuevos significados.


Este cortometraje no le gustaría a un coach. Diría que está incompleto, que faltó ver el lado positivo, que faltó el desenlace. Suerte que no hay muchos coaches haciendo cine y más bien están metidos en la publicidad. Ojalá lo mismo sucediera con los profesores de educación física o ex-futbolistas. Ojalá lo mismo sucediera con el publi-periodismo conservador. Lo sé. Pido demasiado.


Marco Zapata / Andares Cine

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