Un par de días antes de escribir este texto se quejaron conmigo sobre la repetida y avejentada creencia de que el cine documental debe ametrallar al espectador con verdades irrefutables. Reclamo que suele venir de quien busca que el cine haga el papel de separatas científicas. El cine -lo sabemos todos aunque algunos nos hagamos los que no según la situación- se comprende de relatos y construcciones, de experiencias y perspectivas, de contextos e intervenciones de los mismos, con distintos códigos genéricos que son quizás los que nos han ido formateando durante más de un siglo. Entendemos las “mentiras” del multiverso Marvel como ficciones y las “verdades” de las películas filmadas en zonas rurales y de las entrevistas que allí se presentan como documentos cinematográficos. Al medio están las películas con actuaciones que nos gustan y otras más con gente desconocida.
Así quisiera el cine decir sólo verdades irrefutables, los intentos no pasarían del panfleto manipulador.
Más allá de que no tenía idea de por qué se quejaban conmigo y que tampoco podía hacer mucho más que escuchar la pataleta -aunque quizás lo hicieron deliberadamente para que escribiera esto-, entiendo que entre tanto mareo uno pueda sentir que le mintieron en una película cuando algo que quería ver queda fuera del encuadre, se omite en la edición lo que se esperaba escuchar, una situación es mostrada de una manera diferente a la que conocía o simplemente se entera de algo por un documental y tiempo después se entera de lo contrario por otra vía. Sin embargo, quitando ingenuidades del medio, nada es tan unilateral o unívoco en la vida y detrás de todo siempre hay intenciones, sean sesgadas, convenientes, constructivas, inquisidoras o autorales (pudiendo estar separadas como juntas y revueltas).
Quizás algunos deberíamos cambiar de iglesia si depositamos fe ciega en los textos que pueden ser en sí mismas las películas.
SOBRE ODISEA AMAZÓNICA
Por otro lado y esperando que tenga algo que ver, viendo los créditos de Odisea amazónica, tercer largometraje producido y dirigido por los hermanos Álvaro y Diego Sarmiento, encuentro hacia el final los agradecimientos a los dos barcos de carga que condujeron en la película los viajes por el río Amazonas: Eduardo VIII y María Fernanda II. No obstante, en la película no se ve ni se menciona la transición de un barco a otro por lo que pareciera que es uno solo, ni tampoco se consigna que el rodaje de la misma se hizo de manera intermitente desde el 2015 en varios viajes y no en una sola vuelta. ¿Qué verdad se perdió ahí o qué mentira quedó en evidencia?
Pues los Sarmiento están haciendo cine; o sea, construyendo, armando una película. Progresivamente filman la experiencia de sus propios viajes por el Amazonas, así mismo su relación sensorial con los espacios que van transitando, el encuentro con diversas personas con quienes se conocen y consideran adecuadas como personajes de su película; y, finalmente, buscaron la narrativa de su odisea en incansables jornadas de montaje entre ellos junto a Alex Cruz y Fabricio Deza. Los esporádicos tiempos de varios años entre rodajes se anidan en un solo viaje cinematográfico: día, barcos de carga, estibadores, bultos, gente viajando, compartiendo, río, gente vendiendo, conversaciones, noche, día de nuevo, y así.
Recuerdo haber visto una versión preliminar de la película donde no se incluían los diferentes testimonios que oímos en off y cuya inclusión final considero un acierto. Las voces de Luis Gil del Águila, Piero Reátegui, Yuliana Jurado, Saulo Peña, Daniel Ramírez, Luis David, Manuel Díaz, José Ogosi y Ronald García, cuyos rostros no vemos, diversifican la experiencia de la odisea amazónica de los Sarmiento. Penetran el paisajismo de las cámaras de Diego S. y Terje Toomistu para adentrarse en las varias experiencias que dejaron tantos viajes en las personas que participan oralmente de la película. Y así, la odisea de marras trasciende su formalismo visual para escuchar a la gente que viaja junto a los cineastas. Con menor énfasis, algunos dispersos diálogos (subtitulados) se funden con el sonido directo de Axel Cruz y Diego como parte del paisaje general compuesto por agua, árboles, embarcaciones y mucha gente, siempre. De esta manera la película se amplía y desborda cualquier lineamiento meramente visual como podría verse subordinado en un guion.
Ante ello, es Álvaro quien firma como guionista -antes de que se indignen nuevamente, sí, puede haber guion documental, que es un tratamiento cinematográfico y no páginas de parlamentos para la gente de paso-. La contemplación e inmersión en los parajes selváticos y otras decisiones formales corren por su cuenta y hallan correlación principalmente temática con su primer largometraje Río verde. El tiempo de los yakurunas (2017). Que sus películas sean tan distintas entre sí, más allá de impresiones personales sobre las mismas, no puede ser sino un valor de quienes buscan haciendo, creando.
Además de esas exploraciones estilísticas tan diversas, el cine de los Sarmiento siempre agenda un compromiso con la pluriculturalidad del Perú. No sé hasta qué punto el cine es funcional con tan noble intención, sin embargo, sería de necios negar que todos tenemos nuestras propias intenciones con el cine del que sólo nos podemos responsabilizar de la honestidad intelectual de esos intentos.
Yo por ahora sólo quiero que las personas vean más cine peruano y no sé si ya fracasé estando a mitad del camino.
John Campos Gómez / Andares Cine