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NO ME PERTENECE (2021)

Actualizado: 31 may 2022

ESTE CORTO NO ME PERTENECE


Una revisión libre a la libertad. Un ejercicio de memoria y ensayo a una cosa que hizo lo mismo también: No me pertenece de Fernanda Bonilla.


La obra nos muestra un grupo de imágenes fijas, sin intención de experimentar con sus límites o formas, acompañado por un texto que oscila entre lo reflexivo y lo narrativo. La autora nos va contando a modo de la escritura de un diario cómo se topa con las imágenes que estamos viendo y así les da un pasado, aunque corto, suficiente para entrar en el enigma que las encierra. Esta preocupación muestra el interés de la artista por la orfandad, por los descartes, por lo roto, por lo inconcluso. Esa pronta preocupación es un primer sutil aviso del sentimiento que rodea el final del film. Y es un final resguardado y cuidado. Pues de no notar la intención del primer aviso, el giro al final puede parecer irreal, incluso de otro color. Pero eso no le sucede a ojos que aprecian lo personal. Y eso es lo valioso de los trabajos de corte autobiográfico, también: que mantienen ese carácter personal, innato, del artista; mientras que está trastocado en el cine auspiciado.


Legalmente, una obra nos pertenece para toda la vida desde el momento en que la creamos. Realmente, todos los días obras quedan en la orfandad con mucha facilidad. Yo, por ejemplo, no dejo que eso pase. Cuando me quiero deshacer del espacio físico que ocupa una obra, la quemo, y así se queda conmigo Pues dejarlas en el olvido, en este plano que todo lo empolva, es igual a exhiliarlas de tu sangre. No sería una opción inteligente armar un aparato legal para prohibir un trato irrespetuoso a las obras que se crean, pues tendríamos que dejar a criterio del corbata de turno el decidir qué es respetuoso y qué no. Y dudo que el ministro de cultura no intente ponernos tras las rejas al vernos quemar siquiera una página, un papel pintado o un lienzo. Por lo menos se sentiría que hace algún trabajo.


Y no, no hay escape a la orfandad para una obra. Y eso puede dejar de ser una preocupación demasiado grande si se concibe de cierta forma No me pertenece.


La autora quiere recalcar que las imágenes en su corto tienen como desaparecido a su creador; y, aunque en lo que imagen respecta, la totalidad de su corto esté compuesta por ellas, siguen sin pertenecerle. Usar esas imágenes no es una adopción, mucho menos una apropiación, si la autora rechaza de plano la pertenencia de ellas: lo que hace la obra es reconocer su orfandad como una identidad, y no buscar una salida a esa situación.


Esa puede ser la razón por la que esta obra es audiovisual y no únicamente escrita: porque ya hace mucho que estamos en esto de querer llenar de significado las imágenes. Ya no sólo las casualidades o las anécdotas sino también las imágenes, porque forman parte de nuestra vida y no podemos relegarlas a un uso únicamente publicitario.


El sonido de los polluelos piando nos acompaña durante todo el corto, hasta que es momento de volar y buscarse la comida. Hasta que es momento de llegar a un final, a un límite de tiempo, a un cierre. Entonces los polluelos, por más que se empollaron, nacieron y crecieron en nuestro balcón, no nos pertenecen. Y la película, por más que luego de finalizada continuó en nuestra cabeza, rondando por nuestra psique, provocando que nos preguntamos si algo más habíamos visto, si algo más nos pertenecía.


Marco Zapata / Andares Cine

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