Versión revisada del texto publicado originalmente en el libro “¿Qué será del cine? Postales para el futuro”, compilado por Marcelo Alderete y Cecilia Barrionuevo para el 35° Mar del Plata Film Festival: https://mardelplatafilmfest.com/beta35/libros/queseradelcine.pdf
I
El cine como medio continúa en constante transformación; y como lenguaje, en irreversible mutación. Si ya lo sabemos no está de más seguir recordándolo. Se adapta a nuevos formatos y asimila nuevas texturas. Experimenta distintas posibilidades narrativas e incluso ensaya nuevos modelos de circulación. El cine ahora no discrimina pantallas, o felizmente mucho menos que hasta hace pocos meses.
Sin embargo, esta actualidad de totalizante virtualidad, lamentablemente ratificada por una pandemia que entre varias cosas más trágicas nos cerró los cines, es por demás interesante porque relega al cursi cliché de la pantalla grande en una sala oscura como contexto inequívoco que determina lo que es y no es “el cine” (no solo como espacio sino también como obra) ante la posibilidad de una más estimulante conversación que nos remite estrictamente a las narrativas y propuestas estilísticas de las películas. El “go to the movies” de los gringos más preciso que nunca. O sea, directa y simbólicamente, “ir a las películas”.
Y de tal manera, con el impulso de ese ánimo desprejuiciado, abordar las obras a través de su lenguaje, sea cinematográfico, audiovisual, videístico o transmedia sin jerarquizarlas por su medio, que de bueno y malo hay en todos los campos de dios.
Que no se confunda con negar obtusamente la historia del cine y sus condiciones clásicas de exhibición. Lo que se propone es ampliar y diversificar las formas de tener experiencias cinematográficas desestimando cualquier aburguesado criterio excluyente, porque bien sabemos que todos no pudimos ver Leviathan (Lucien Castaing-Taylor y Véréna Paravel, 2012) en una sala con sonido 5.1 pese a que se resiente notablemente en otras condiciones de proyección.
Pero, ¿hasta dónde las películas determinan cómo debemos verlas (la propuesta visual y diseño sonoro son claves) y cuánto se invalida nuestra experiencia de no ceñirnos a ello? Que el cine no se celebre de una sola manera.
II
Más allá del devaneo ante la dicotomía de plataformas de exhibición entre la sala de cine y la propia casa o entre el ecran y las pantallas digitales, en el hábitat de nuestra mutante cinefilia -que pareciera haberse liberado de prejuicios del siglo pasado, mas no de todos- aún convivimos amargamente con uno que permanece inquebrantable y que incluso se endurece con el paso del tiempo. Un prejuicio centenario como años tiene el cine que propone otra dicotomía rancia entre un cine a secas y otro alternativo. Ergo, la reducción de las narrativas, formas y estilos cinematográficos a sus valores de producción y difusión. Es así que una buena película desconocida se hace menos atendible que un bodrio prestigioso por cuestiones de exposición e inclinación a la tendencia. Un cine que se resiente con el análisis y que prácticamente pide solo atención.
Si la cinefilia no es curiosa, amplia y principalmente crítica, entonces no será tal.
III
Así mismo, considero que no hay cinefilia más triste que la que no se comparte. Válgase que con el gesto de compartir cinefilia no me refiero simplemente a las gestiones que se hacen para presentar películas públicamente, ni a socializarlas a través de la escritura crítica, tampoco a piratearlas para los amigos por más cariñosa que sea la travesura, sino más bien a generar encuentros para sentirlas junto con alguien más. Algo más sencillo, simbólico, íntimo y emocional.
Es por eso que dudo de la cinefilia ensimismada, convenientemente solitaria y orgullosamente renegona. La que colecciona visionados infinitos y los cataloga para sí misma. Yo fui uno de los que la practicaba caprichosamente y si algo de esa ñoñería aún arrastro muy a mi pesar, intento corregirla con la cinefilia cómplice que germina otras cinefilias.
Por suerte, para esto no hay modales, formatos ni instructivos.
IV
Pensar en tiempo futuro suele estar asociado al optimismo, a la proyección de buenos porvenires. Sin embargo, en la pregunta que titula esta inquieta publicación siento un tímido tono de preocupación que busca ser paliado o acompañado por el conjunto de incertidumbres de los convocados.
Pues, cine se hace en todos partes del mundo con incontables variables. Y si sabemos que conviven muchos cines que representan múltiples sensibilidades y condiciones de realización, ¿lo estamos viendo? Si con suerte lo vemos nosotros, ¿lo hacemos ver a otros? Y si logra verse por todos lados, ¿nos provoca expresarnos al respecto?
Ante esas preguntas, reafirmo mi deseo de respuesta: una cinefilia que se comparte y que nos acompaña. Una cinefilia que se hace varias. Sólo así el cine será lo que podamos hacer y no lo que debamos esperar.
V
De repente recuerdo que hace un par de años en una ponencia donde las páginas salían volando tras ser leídas, el crítico estadounidense Richard Peña se animó a proyectar que más pronto que tarde el cine de masas iría directo y exclusivamente a las plataformas virtuales mientras que la experiencia en sala se iría reservando para películas de propuestas sensoriales intensas e inmersivas.
Con esa aseveración para nada descabellada, hoy menos que nunca, Peña se atrevió a imaginar un futuro cinematográfico donde las salas albergarían un cine más autoral, artesanal o radical sin necesidad de pretender ninguna heroicidad en nombre de la resistencia cinéfila para ello. Y no estaría mal.
Que el cine sólo sea, en eterno tiempo presente.
John Campos Gómez / Andares Cine