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ESCRITOS

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A NINGÚN LADO

Actualizado: 31 may 2022

¿Fue la pandemia el fin del Homus Cinefilus Socialis?


Ilustración realizada por @ann_txt


BIEN-MAL-CRIADO


Cuando era niño me portaba muy mal. Ahora me sigo portando mal, pero siendo adulto. El problema es que de niño uno siempre representa a quien o quienes le crían, y nadie quiere ser representado por un malcriado.


Mis cansados padres, aburridos ya de intentarme de mil y un formas -supongo que al que nunca aprende, más duro le dan; y de tanto, termina aprendiendo los golpes- optaron entonces por algo más moderno y efectivo: premiarme. Ellos me decían: “Si te portas bien durante toda la semana, el domingo vamos al cine”. A partir de ahí me volví peor. Chantajes, berrinches, toda mi inteligencia se fue desarrollando para obligar a mis pobres padres a cumplir con su promesa de llevarme al cine, si me había portado bien. Porque eso sí, yo reconocía cuando la había fregado, para eso sí era justo. Quizá ese es un temprano vestigio del inicio de una relación sincera con el cine, entonces la única posible, en tanto reconocía cuando no me lo merecía y defendía cuando sí me lo había ganado.


¿Qué película? Eso no importa, pues muchas veces se repetía. La oferta infantil era poca y algunas cintas eran reprogramadas durante el año entre ciertos meses. Pero eso no me molestaba. La cosa era ir, ir al cine, moverme, hacer la cola bullera, ansiosa, lenta y luego rápida. Buscar el asiento. ¡Uy! A alguien se le cayó la canchita. Pucha, pobre, jajaja. Se apagan las luces y ya nadie importa. Todos se van y regresan sólo para asombrarse, reír o lloriquear juntos. Cada uno en su viaje, cada tripulación en su avión.


Ya de grande aprendí a renegar con los que hablan o los que no dudan en sacar su espada de luz telefónica, con los que se paran o llegan tarde, con los que no dejan de moverse o no dejan de comer o no dejan de besarse. Supongo que todo cinéfilo romanticón recuerda cómo va ganando confianza entre las funciones para por fin decir con todo el aire del diafragma un justo y firme “shuuuu”. La leyenda cuenta que lxs más veteranxs ya no dicen nada a nadie, pues ellxs mismxs pueden silenciar en sus mentes a lxs demás. Así, sin más, lxs mutean. Infinidad de fotogramas de práctica.


¿Con mascarilla qué tan fuerte sonará un “shuuu”?


Hace poco fuí a una proyección al aire libre en el bar Gato Tulipan de Barranco. Las obras no fueron tan buenas, pero mis acompañantes y yo nos divertimos dándoles con palo. Igual tuvimos que correr a casa por el bendito toque de queda. Y ni pensar en regresar porque a los pocos días la municipalidad atorrante los clausuró. Ahora el Gato ya volvió a abrir, todo bien. En pre-pandemia hubiera calificado esa noche como “mala”; pero para el hambre no hay pan duro, y la recuerdo con bello asco.


Uno de mis cineclubs preferidos, en especial porque estaba super lejos de mi casa, era Cinestesia. Nuevo y con propuestas de todo tipo. Una semana podías ir ver -si es que los ojos no te sangran- la trilogía de Before (Antes del Amanecer/Atardecer/Anochecer) y a la siguiente tenías un foco del cine under-experimental-limeño de Mario Castro Cobos. Pero sobre todo: tenía puffs, bellos puffs, cuánto los extraño.

Su plataforma de streaming -reinventarse or die- no tiene puffs pero sí una variedad de posibilidades que van desde talleres y cursos hasta una red de trabajo que permite crearte un perfil profesional y conocer colegas; un tinder excelente para cineastas con proyectos y ganas de casarse. Enid Campos, la productora de Retablo, una película con la que no estoy muy de acuerdo, dijo en una conferencia para la EPIC que hacer un proyecto es como un matrimonio. Ahora entiendo por qué Claude Chabrol no recomendaba el tradicional método del director Auntant-Lara, quien al firmar el contrato de una película, abría el dossier y escribía “Auntant-Lara contra…” y el nombre del productor.


El CINE QUE NO PROHÍBE, EL CINE QUE SE ESCAPA DEL TIEMPO


Al inicio de la pandemia, la revista neerlandesa De Film Krant publicó una carta que le envió el cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul titulada “The Cinema of Now”. En ella el director tailandes despliega unas reflexiones sobre nuestra renovada relación con la paciencia, y se atreve a soñar, no sin humor, con la posibilidad de una transformación:


Para mantener la cordura, algunos de nosotros hemos optado por técnicas de concentración y meditación. Intentamos observar nuestro entorno, emociones, acciones, tiempo, impermanencia. Cuando el futuro es incierto, el ahora se vuelve valioso. (...) Quizás esta situación actual engendrará un grupo de personas que hayan desarrollado la capacidad de permanecer en el momento presente más tiempo que otros. Estas personas ahora pueden mirar fijamente ciertas cosas durante mucho tiempo. Prosperan en la conciencia total. (A. Weerasethakul, 2020)


Horas de involuntaria práctica por reuniones de zoom, además de la necesidad de sobrevivir a nosotros mismos, serían los motivos de esta nueva predisposición a desterrar lo prohibitivo del tiempo. Esto nos terminaría inclinando por un cine de cadencia más pausada, y ahora más cercana a la realidad: una en donde lxs que tenemos el privilegio de tener una casa y hacer teletrabajo -o haber perdido uno sin dejar de comer todos los días- nos vemos detenidxs, inmovilizadxs, obligadxs a soportar la nada.


Pero, para una Latinoamérica a presión con estallidos sociales por doquier, “la nada” suena a cuento de hadas. Incluso para lxs que hacemos trabajo desde casa. Pues pareciera que cada vez más debemos defender las fronteras que aguardan nuestra vida personal de los voraces jefes. Aún así, las reflexiones de Weerasethakul valen para re-pensarnos como clase media, y con ella, la relación y/o posible dependencia con los medios que operan mediante estímulos inmediatos, matando la capacidad de espera, de resistencia al aburrimiento en paz.


ALGO YA SE ROMPIÓ


Antes de que “ir a ver una película” significara “no me toquen la puerta de mi cuarto, no estoy”, habían un conjunto de experiencias que estaban fuera del propio acto de mirar las imágenes proyectadas una vez apagada la luz: la interacción social. Las conversaciones que nacen de lxs personajes que van solxs y abiertxs, jóvenes estudiantes que tienen una pregunta interesante asomándose por entre sus mandíbulas temblorosas a las que les cuesta dar forma a sus ideas, pero se ven obligados a hacerlo, pues su voluntad así se lo exige cuando se prenden las luces de nuevo y tras los aplausos sale el responsable a encarar reacciones y reflexiones.


Recuerdo con mucho cariño haber conocido a los chicxs del equipo del cortometraje En el cumpleaños, dirigido por Sebastián Mariscal. Haber conversado con ellxs luego de las proyecciones, haber escuchado sus historias de rodaje y expectativas de aquella obra suya que estaba en la competencia del Transcinema 2019. Imposible entonces no sentir alegría al enterarme que recibieron el premio a la Mejor Película Corta de la Competencia Peruana por votación del público. Luego, recuerdo haber estado conversando sobre punk, comprando cerveza y formando parte del tumulto hablador a las afueras de algún centro cultural, con un cineasta que yo no reconocí al principio. Hasta que me dijo “Ah bueno, también hago cine, yo dirigí Algo se debe romper.


Todo cogía otro color. Las posibilidades eran: ¿Qué? No lo sé, pero habían por lo menos. No puedo evitar sentir el peso de tener que seguir aguantando el sillón de la casa un rato más, o los intentos desesperados del márketing por llamar a los eventos, muestras y/o proyecciones streaming como “experiencia virtual”. Con todo esto perdido, sin esa posibilidad del cine, ese cine que se podía vivir pero que ahora solo se ve.


Por alguna parte en las redes sociales leí “no quiero nunca más volver a ir a ninguna reunión de zoom”. A ver, ¿ir adónde? Es que uno no “va”. Ese es el problema, uno no va a ningún lado.


Marco Zapata / Andares Cine

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