LA POESÍA DE LO HUMANO
Hago un preámbulo para abordar De todas las cosas que se han de saber, primer largometraje en solitario de Sofía Velásquez, pues me resulta necesario puntualizar que este año es el centenario de Trilce. Entonces, hace sentido que este documental que aborda lo vallejiano sea también visto como un homenaje a ese poemario.
De entre el conjunto que integra Trilce, el poema III es de los que más abrazo, y cuya lectura cala y pesa distinto cuando sabemos el contexto biográfico que origina tales versos: el sentimiento de orfandad que la seguidilla de muertes de familiares y amigos va dejando en él, comenzando por la muerte de su madre, y la pesadumbre más el ansia de libertad que le confirió el injusto encarcelamiento al que fue sometido.
El poema versa sobre una obediencia cuasi religiosa y reforzada en lo fantasmagórico, ese llamado a quedarse en casa, a temer a la muerte, mientras se erige ante todo ello una voz infantil que recuerda a los mayores (o a sí mismo); que por más pueriles, somos igual de frágiles ante la muerte; que aún asustados, debemos partir. ¡Oh, cuán unidos están la vida y la muerte; el miedo y el valor en este poema!, si Vallejo dice: "Da las seis el ciego Santiago, / y ya está muy oscuro". Junta en una sola oración a sus hermanos vivos y al hermano muerto: "Aguedita, Nativa, Miguel"*. Cuánta más libertad debe haber ansiado el vate peruano mientras se sabía preso, cuánto más valor debía de darse y entender el miedo del viejo y ciego Santiago**, que aún acostumbrado a tentar la oscuridad por su ceguera, se le hace más absoluta cuando sabe que debe transitarla en soledad.
De todas las cosas que se han de saber es un viaje al espíritu aún latente en la geografía, en las palabras vivas, en las danzas, en las vestimentas, en las costumbres, y en las gentes que habitan la cuna de Vallejo, Santiago de Chuco, la Telúrica y Magnética que permeó en él y, en consecuencia, su poesía; en donde siempre vivió aún estando en París desde la cercanía del corazón. Y Santiago de Chuco es Vallejo, y el documental quiere afirmarlo: encuentra paralelismos en los personajes de ensueño que hay en su poesía, en su vida. Nos acercamos a la historia de un mozuelo César Vallejo que se aventuró a migrar a Trujillo para estudiar, cuando el documental nos presenta a Elder, muchacho cargado de arte, que recita los versos del poeta desde muy pequeño y que se mantienen intactos en su mirada diáfana. Y nos preguntamos también, ¿cómo es que tras 100 años no ha cambiado mucho el escenario de oportunidades en Santiago de Chuco, el mismo que se extiende a todo el país? El documental recorre calles, que por edicto municipal serán renombradas con títulos del imaginario vallejiano. Es toda una ironía que la calle Francisco Pizarro pase a llamarse El arte y la revolución.
Velásquez introduce un elemento mágico para ensayar la fantasía en su película: una mochila roja. Con esto también abre posibilidades al documental de liberarse de formas canónicas, apareciendo ella y su equipo en escena, narrando su propio guión que ahora filma con otras escenas. Se le aplaude el arrojo versátil. La mochila es vuelta un signo fantástico que trae la buena suerte a quien la posee, que profesa que la buena fortuna debe transitar de unas manos a otras, siendo elementos en este ekeko visual: los cuyes, un vestido de quinceañera y dinero.
Como centro está el teatro, escenario para este desfile de esencias que es el Santiago de Chuco de Vallejo y de la película, aquí el escenario imita el cielo. Los colores son festivos, aunque suaves, pasteles, dulces como todas las voces que ahí escuchamos, esos hablares pausados y entonados que tienen cadencia para el lirismo.
Elemento también es el tiempo signado por el hilado en las manos de la madre de Elder, en el campanario y en Santiago, personaje salido de la poesía y que en este documental es ensayado y escenificado: ese campanero que va al tiempo, que lo toca, que tiembla ante su propia ceguera y soledad, y que se da valor, valor para andar. Así termina De todas las cosas que se han de saber, hablándole a la ciudad y al hombre, a Santiago, a que recuerde su propio valor, el que descansa sobre la sombra de su hijo más amado —César Vallejo—, sobre la poesía que le han heredado y mantienen viva, sobre la historia común que guardan los que de este lugar —o de la poesía— provienen y también sobre los que llegan, por ejemplo, un equipo de cineastas, para encontrarse o encontrar: una película, una historia, la poesía de lo humano.
* Miguel Vallejo Mendoza, muere un 22 de agosto de 1915, se estima que los poemas de Trilce se empezaron a escribir desde 1918 a raíz de la muerte de su madre en agosto de ese año.
** En esa línea, Vallejo menciona a Santiago Crebilleros Paredes, personaje de su pueblo y viejo campanero, ciego de nacimiento cuya anécdota es relatada en el libro que publicara su amigo Ernesto Moore, Vallejo, en la encrucijada del drama peruano. En el libro se narra las peculiaridades de Santiago y el porqué era una metáfora preciosa para el poeta:
Vallejo contaba que en su pueblo había un viejito ciego, llamado Santiago, que tenía el oficio de campanero. Él lo veía pasar casi todos los días, cuando el cieguito se dirigía a la torre para tocar la oración. Pasaba con su palito, que se movía exactamente como las antenas de una hormiga. Llegaba a la torre, calladito, subía los oscuros escalones, tomaba el badajo y tocaba la oración. Había noches en que, al descender, ya estaba oscuro. ¡Qué curioso que el cieguito sintiera la oscuridad! Y de saberse rodeado de tinieblas, temblaba de miedo. Pero Santiago, para darse valor, iba diciendo quedamente, como para sí, mientras golpeaba con su palito las paredes oscuras de la torre: "¡No tengas miedo, Santiago!"...
Dixia Morales / Andares Cine