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CONTACTADO (2020)

CONTACTADO CON SU OMBLIGO


La película quiere ser el tipo de thriller psicológico en el que un sujeto aparentemente bueno termina por ser malo y roba la identidad, las posesiones, hasta las relaciones personales del que parecía ser más ávido. O sea, la historia de cómo madrugan a alguien. A la vez, ese tipo de historias funcionan si a quien madrugan realmente es al tercero, al que ve la película. Ese breve aunque —se supone— potente desconcierto que genera el ver que nada era cómo se imaginaba genera un thrill, una suspensión de la orientación que nos hace contener el aire hasta que la oleada de preguntas baje y podamos ver el horizonte otra vez.



Cualquiera que conozca el mar lo sabe. Conocerlo, además, por cualquier medio. Ser nadador, pescador o un niño que chapotea en la orilla no hace mucha diferencia cuando una ola te rapta haciéndote girar hasta perder la orientación. Quienes en esa situación han tenido la suerte de no ser socorridos por nadie y no morir, conocen ese sentimiento.


Es algo difícil de olvidar porque es cuando, en medio de la confusión, uno se ve obligado a tolerar el suspenso. Una vez sin dirección, solo queda hacerse consciente de quién dirige, y emprender el atajo hacia adentro. Allí es un buen lugar para esperar. Luego, la calma parece revelar el camino. Sales del agua y eres tú de nuevo.


Eso recuerdo cuando veo las primeras escenas de Contactado (Marité Ugaz, 2020) con Aldo (reviviente Baldomero Cáceres) intentando coger algunas olas sobre una tabla que parece quererlo tanto como sol hay en esa playa gris de la costa verde. El personaje de Aldo parece encontrarse en una etapa pos típico tío surfer, borracho y coquero de Barranco, que, en este caso, ha decidido tomar el mal humor como nuevo viejo vicio. Pero la idea del surfing es eficiente como metáfora de la suspensión. Sobre todo porque cuando no puedes coger ninguna ola, eres automáticamente una malagua que se atraganta con la espuma. Esas cosas viscosas que parecen muertas, sin voluntad, pero cuando las rozas te hacen daño. Así está Aldo.


Para reforzar la idea del “hombre maduro desencantado con el mundo”, aparece su antítesis. Gabriel (un joven Miguel Dávalos), muchacho tan ambicioso y enérgico como alguna vez lo fue Aldo, que llega con la intención de retomar las andadas. Pero ahí queda. Hasta ahí duró la revuelta. Cuando el primer ladrillo se pone de forma tan convencional, ya se sabe cómo quedará toda la pared. Y aunque existan zonas interesantes, como la secuencia inicial del surfing, el todo sigue siendo escueto, ya visto, conocido. Ya se sabe cómo se construye, ya se sabe cómo se derrumba.


Si se trata, entonces, de algo tan ya visto, la pregunta es, ¿qué hace que una película como Contactado se haga, qué la motiva? Si parte de la respuesta recae en la intención de incluir en el retrato a las comunidades ufológicas o religiones ovnis, pues entonces hay grieta de donde descascarar este muro. Algo que ni el tarrajeo más “pro” puede camuflar cuando ya se ha visto cierto número de casas. Hay que tomar en cuenta, entonces, la experiencia Huanchaco.


Su película La chucha perdida de los incas (Fernando Gutiérrez, o Huanchaco, 2019) tiene un carácter autobiográfico, híbrido, irónico, más autoconsciente de su andar, y a la hora de retratar a la misma religión ovni que aparece en Contactado —no es que haya muchas en Lima—, es menos manipuladora. Es decir, no los usa como maniquíes, como telón de fondo o como muñecos de cartón a su favor.


La forma en que Huanchaco se aproxima a esta religión marca su distancia. Cuando hace la ponencia sobre Bugs Bunny, no sólo se está arriesgando a represalias o metiéndose en la trama, sino que introduce en su película la posibilidad de poner las cosas totalmente fuera de su control: se libera de la dictadura del guión. Enloqueciéndose también, deja que su búsqueda se emparente con la de estos religiosos a quienes, según mi parecer, mira con más respeto y sinceridad que la obra de Marité Ugás. En Contactado sucede exactamente lo contrario —sorprendiendo también lo exacto que en ese sentido puede ser—. La forma en que se editan los testimonios “recogidos” que va capturando Gabriel son una muestra clara de ello. Del uso recortado y utilitario de la cultura que planean incluir en esta historia desierta.

¿O es acaso lo que motiva a Contactado un norte más universal? Pasar del retrato del fanatismo y la irracionalidad en Lima hacia los grupos humanos. ¿Algo cómo lo que se vió en Espíritu sagrado (Chema García Ibarra, 2022)? Pues el filme de Chema efectivamente tiene la elasticidad para extender la cuestión local hacia el fenómeno humano del fanatismo. Más en el caso de Contactado puede tratarse del intento pero no del logro. El español García Ibarra utiliza el lenguaje para contar con él algo más que escena uno, escena dos y escena tres. Utiliza la duración, el movimiento, el sonido. Los reconoce materiales más que herramientas. En Contactado no hay autorreferencialidad hacia la materialidad del cine alguna. No, no hablamos de cine experimental. Hablamos de un cine capaz de ser consciente de su existencia; cosa que le es imposible a Contactado porque asume que su labrado, su puesta en escena, es incorruptible. Como en las escenas de la meditación frente a la playa, que tranquilamente pueden ser el extracto de un spot sobre seguros de vida. Ante películas así, el crítico de cine se ve como el lobo soplando la casa de paja de los tres chanchitos.


Se supone que la película es un llamado de atención al peligro de los populismos en la política de la agonizante Latinoamérica. Es decir, la ficción estaría recubriendo un mensaje de carácter político. Pero la decisión de manejar una estética demasiado convencional también es política, así como la estigmatización a un grupo de la sociedad en función de una ficción, una historia, una narrativa. ¿El fin les justifica los medios? ¿Quién les justifica el fin?


Marco Zapata / Andares Cine

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