DE SOSLAYO, LA TRAMPA
Antes de aproximarme a la película de la joven realizadora Andrea Hoyos, quiero detenerme en la palabra que le da nombre a su ópera prima. Hace más de 100 años el médico neurólogo austriaco Sigmund Freud en “Tres ensayos de teoría sexual” (1905) retoma el término Autoerótica (de Autoerotismo) y lo señalaba como una de las principales características de la sexualidad en la infancia. Freud explica que en esta etapa “la pulsión sexual no está dirigida hacia otras personas; se satisface en el propio cuerpo, es autoerótica”. Cabe señalar que esa característica autoerótica no está dirigida exclusivamente al área genital, sino que señala varias zonas erógenas que se exploran durante las etapas de su desarrollo, que, una vez llegada la pubertad, la pulsión sexual se redirige hacia otras personas, y aquellas zonas erógenas se organizan para la satisfacción sexual. Tanto como ha cambiado nuestro entorno cultural y social, el término a que Freud hace referencia ha tomado dimensiones distintas, actualmente más ligadas a la exploración sexual autogestionaria, un término incluído en estudios de género para ilustrar sobre una práctica que conlleve a la libertad del goce sexual de las mujeres.
Por su parte, Autoerótica, la película, narra las exploraciones propias de la pubertad de Bruna (Rafaella Mey), una chiquilla limeña de 15 años que navega coquetamente en las citas por aplicación. Ella junto a su mejor amiga Débora (Micaela Céspedes) se suben la edad un par de añitos para intentar ingresar al mundo sexual adulto, todo ello reflejado en su deseo por un busto más prominente, en buscar similitudes al aspecto de modelos de revista, en la reducción del vello corporal, en el uso de maquillaje, en el ingreso a discotecas trasnochadoras y al placer del sexo.
Todo ese floreciente candor por lo erótico contrasta con lo propio de la etapa que van dejando atrás, y que, al principio de su exploración, les estorba: su niñez. En su físico y su entorno aún se observan las figuritas y la ropa infantil, la música de chiquillos, los tallarines (uno de los platos preferidos de los niños, por sus posibilidades lúdicas con los fideos), entre otras cosas como el que la madre aún le lave la ropa.
La realizadora también nos presenta de modo bastante evidente la naturaleza conflictiva de la relación de Bruna con sus progenitores: critica lo enamoradiza que es su madre (Wendy Vásquez) y la actitud indiferente de su padre (César Ritter), que vemos ha dirigido todo su afecto hacia la hermanastra de Bruna, con quien la protagonista tampoco se relaciona.
La única figura adulta con quien Bruna entabla conversaciones más “serias” e íntimas es con Paulina (Maricarmen Gutiérrez), su profesora de natación, por quien siente admiración y, en "bromas" de su mejor amiga, cierta atracción que Bruna siempre niega. La profesora cumple un rol de consejera y guía.
Un poco menos evidente en la película es la historia que se nos va contando sobre la formación de la intimidad de Bruna (entendida como el espacio donde se guardan los deseos y experiencias en torno a la sexualidad): que se va delimitando al conservar para sí misma los secretos sobre su coqueteo virtual y consiguiente encuentro sexual, al reclamar por los espacios que habita en su casa, al exigir que su opinión sea valorada ante la convivencia con un nuevo padrastro, o “siguiente”, como ella llama a las efímeras parejas de su madre. Todo ello va conformando un espacio muy personal al que en principio solo ella tiene acceso.
Es evidente la intención de adentrarnos en la psique del personaje de Bruna, por desarrollar visualmente los conflictos de una sexualidad adolescente en la sociedad actual a través de ella, como una necesidad introductoria, la misma que he tenido al empezar este texto, apelando a definiciones psicoanalistas para situarme mejor sobre el mismo. Y tanto como siento que explico demasiado antes de exponer y darle sentido a cinco líneas, creo que sucede lo mismo con Autoerótica.
La necesidad de exponer las características adolescentes de Bruna como punto de partida del conflicto conduce a la narración a ciertas reiteraciones o alegorías cliché, entre otras como el forzamiento de "casualidades" de que su primer consorte sexual resulte ser el novio de su profesora de natación Paulina o cuando varias embarazadas coinciden en el micro con la protagonista incluida una chica con uniforme escolar. Esas escenas que el guión intenta presentar como casuales y que fueron incluidos por disfuerzos simbólicos, redundan narrativamente el planteamiento del conflicto inicial: una adolescente apremiada por llegar a la vida adulta, mientras va ocultando, sin mucho éxito, los vestigios de su niñez, tanto en su cuerpo como en los espacios donde se desarrolla. Otro tópico son las náuseas como signo de confluencia o colisión de desastres, aunque también sean síntomas propios del embarazo aunados al vértigo de lo que implica toda esa situación a sus cortos 15 años. Por otro lado, un acierto la ausencia de erotismo en la escena de sexo en tanto no desvía la atención de lo relevante en la misma: la primera experiencia sexual de Bruna que no está centrada ni en su placer, ni en su bienestar, y termina siendo solo un vehículo de desahogo para el tramposo Lucas (Renato Rueda), quien resultó ser el novio infiel de Paulina. En la película, este acto desprovisto de detalle, sin tiempo suficiente para el placer o para el recuerdo, le confiere mucha realidad a lo que termina siendo esa temida y ansiada "primera vez". Todo ello en contraposición a lo idealizado de aquella primera experiencia sexual relacionada íntimamente con fantasías de amor y satisfacción. Si ya ese shock de realidad es una traumática experiencia, es aumentada con giros efectistas del guión, como que Bruna queda embarazada -obviamente sin desearlo- tras su efímero encuentro con Lucas.
Autoerótica toma como momento más álgido el aborto al que Bruna se somete, moral y físicamente, una situación contada con suma levedad dramática dadas las implicancias de un hecho tan traumático. La historia toma un curso previsible desde las primeras escenas, pues ya intuimos cuáles consecuencias pueden acarrear las aventuras en aplicaciones de citas de una quinceañera tan atrevida como desorientada: violación, trata, embarazo, ETSes, ITSes y demás posibilidades nefastas (o sea, nada de cucufatería sino que evidencio las más posibles consecuencias ante la falta de siquiera un poquito de prudencia o acompañamiento en esas lides). Los temores, prejuicios propios y ajenos a los que se enfrenta, son la consecución de una lista que casi toda mujer, que se ha visto en situaciones similares, puede narrar: empezando por el desdén del farmacéutico, el debate moral de si estás cometiendo o no un pecado, las dudas sobre contarle a tus padres, la evasión del problema y el miedo a la censura social. En cuanto a lo difícil que es para una mujer, y aún más para una adolescente, atravesar el proceso de un aborto clandestino (la única forma de abortar en Perú), el relato se queda corto. La sola iniciación sexual ya implica muchas aristas complejas. El periplo de un aborto en el Perú es mucho más jodido, desde las pocas o nulas posibilidades de que una adolescente acceda a pastillas o medicamentos que puedan inducirlo, el acceso a otras pruebas previas que son clave para reducir el riesgo de muerte y efectividad de la intervención, y sin mencionar los costos que implica realizarlo con ayuda médica o sin ella, además que están fuera del alcance de una adolescente promedio. Probablemente hacer un tratamiento más crudo hubiese tomado mucho más tiempo y sería mucho más complejo de abordar cuando ya hemos repasado (temáticamente) tanto: pubertad, problemática adolescente, sexualidad adolescente, desarrollo de la intimidad, iniciación sexual, desengaño, embarazo precoz.
De toda la película destaco el final, porque discurre más sobre los lazos que Bruna ha formado con las personas de su entorno, donde las figuras femeninas de idolatría infantil se convierten en personas reales a quienes admirar, agradecer y confiar, pues son quienes la han acompañado en una dura travesía. Además de eso, se sincera con ella misma. Bruna asume su verdadera edad, y vuelve a conectar con sus contemporáneos. Es evidente que el final tiene aires de lección y advertencia sobre el fácil acceso a material pornográfico, a aplicaciones para encuentros sexuales, a una credencial de adulto frente a poca información seria y relevante, en contraposición al difícil acceso a canales de ayuda, a acceso de servicios médicos y a todo aquello de lo que carece la protagonista en su adverso contexto: una guía comprometida de sus progenitores en una sociedad que debería informar antes de censurar, y leyes que encaren el problema poniendo como prioridad las libertades, deseos y necesidades de la gestante tanto para acompañarla hasta concluir su embarazo, como para interrumpirlo si lo decide. La historia finaliza muy tranquilamente, en gran medida debido a la buena suerte con que corre Bruna al encontrar una adulta dispuesta a involucrarse en su dramática situación.
La palabra autoerótica del título, que podría hacer imaginar un desborde de actos masturbatorios muy estimulante para un público -digamos- curioso, no encuentra mucho asidero en el desarrollo de la película. Me complace pensar que parte del público se llevará un chascarrillo que los situará cercanos a nuestra protagonista en el final de la película (y de su último verano escolar): decepcionada con sus fantasías iniciales, viviendo la (su) realidad con más honestidad y admirando a las queridas personas reales de su entorno.
Las definiciones iniciales en este texto eran el soslayo al evidente sugerente título del film.
Dixia Morales / Andares Cine