En la vigésimo sexta edición del Festival de Cine de Lima PUCP se presentaron dos abordajes cinematográficos abocados a problemáticas urgentes de la amazonía peruana, que al mismo tiempo hicieron las veces de llamadas de atención al Estado peruano y a la opinión pública. ¿El cine sirve para algo más? ¿Qué sería ese “algo más”? No lo sé. Sin embargo, el cine no tiene limitaciones estéticas ni discursivas, así que no es sólo imágenes y sonidos que van y vienen conducidos por una historia que debe ser desenlazada. Entre ese axioma, que el cine es más que una narrativa que lo subordina todo, es donde se va entretejiendo aquel “algo más”.
De ambos abordajes mencionados, cada caso reserva exigencias particulares de los códigos genéricos en los cuales se construye, pero lo que se espera reflexivamente de ambas producciones es que obtengan una respuesta crítica del espectador hacia sus temas intervenidos y para ello sus respectivos discursos aspiran a una empatía que las mismas puestas en escena deben generar por sobre las temáticas o las buenas intenciones de cada propuesta. Superar el buempensamiento cada vez más censor, digamos.
Estoy refiriéndome a La Pampa, quinto largometraje de Dorian Fernández-Moris, y Wändari, documental dirigido por los españoles Daniel Lagares y Mariano Agudo (La búsqueda, 2018), y producido por Guarango Cine y Video. Sí, la misma productora de Hija de la laguna (2015) y Choropampa, el precio del oro (2003).
La Pampa aborda desde la ficción la explotación sexual, el tráfico humano que es la cara más terrorífica de la depredación descontrolada para la obtención de mineral aurífero y de la tala ilegal en la región Madre de Dios. Tiene como protagonistas al trujillano Fernando Bacilio —protagonista de las dos ficciones que compitieron en la categoría principal del festival: Tiempos futuros, ópera prima de Víctor Manuela Checa y, ésta, La Pampa—, de coprotagonista a la debutante Luz Pinedo, quien con una expresión natural, aunque poco convincente, intenta sostener la angustia y el miedo de Reina, su personaje; y también participan en roles secundarios las hermanas Pamela y Mayella Lloclla, Sylvia Majo, Gonzalo Molina, entre otros.
Dejando de lado una insufrible recurrencia a flashbacks sonoros que atormentan al personaje de Bacilio (Pedro/Juan); remarcar reiteradas y pausadamente la tenencia de un arma, haciendo que el protagonista la sostenga en la mano durante varios segundos para que no se le escape ni al espectador más despistado, incluso una escena de paranoia con la misma; que la pistola en cuestión pase desapercibida todos los controles de seguridad del supuestamente riguroso ingreso a La Pampa, pero recién se preocupe de esconderla una vez adentro; y que durante casi toda la narración lo que tenga más a la mano, cuando no el arma, sea una “chata” de ron, dan cuenta de un guión que tropieza con muchos muchos detalles incoherentes cuando no risibles, además de evidenciar un equipo de dirección y de continuidad bastante distraídos.
Pero hablemos de la explotación sexual que La Pampa manifiesta denunciar, supuestamente contra objetivación del cuerpo femenino que no se condice con las primeras escenas de la película, principalmente a través de una gratuidad de desnudos y escenas descuidadas de sexo explícito que más que aportar a su aparente propuesta contestataria, le aportan al problema que intenta rebatir tan superficialmente. Que no se malentienda: por supuesto que no estoy en contra de escenas con desnudos ni de sexo explícito en las películas en cuanto guarden una lógica de sentido con la narración y su propuesta sensitiva; de lo contrario, simplemente es como utilizar la espectacularización de ciertas acciones para fines morbosos y comerciales cuanto menos. Que la viuda que interpreta Pamela Lloclla busque la compañía de Pedro/Juan (Bacilio) en pos de una satisfacción sexual que claramente no obtiene —ni siquiera una conversación after sex, pues pareciera que Bacilio siempre hace de personaje mudo—, ¿nos sugiere que lo hace por cariño?, ¿para paliar su soledad?, ¿por misericordia? Tanto que finalmente recibe una maleta llena de billetes para que ella “comience de nuevo” y él vaya tras una muerte redentora en La Pampa. O sea, al final él termina pagando con mucha plata por su fría relación con la vecina ¿como si fuera un servicio sexual? Vaya cachosa contradicción.
De entre estas contraproducentes escenas con carga sexual, destaco aquella en la que Reina (Luz Pinedo) denota el trastocamiento psicológico y de autoestima que ha sufrido producto de la explotación estando en cautiverio, intentando agradecer el interés de los hombres con el acceso a su cuerpo, como lo hizo con Pedro/Juan ante la incredulidad por sus intenciones de mantenerla a salvo. Otras pocas escenas que no se ahogan en la mediocridad, principalmente argumental, de La Pampa porque generan un mínimo de complejidad psicológica en los personajes: cuando el traficante de madera —y posterior villano de la película— se expresa reflexivamente sobre la corrupción social en la zona y cuando la abuela de Reina (Antonieta Pari) confiesa la perturbadora historia de cómo es que la niña terminó de prostituta en La Pampa.
La explotación y depredación en la amazonía son los temas de corrección política que el guión de Dorian Fernández-Moris y Rogger Vergara Adrianzén usa en esta historia poco coherente acerca del camino a la inmolación de un ¿antihéroe? consumido debido a la culpa causada por la muerte de su hija como consecuencia de su ambición. Una historia que aspira a tener grados de empatía y de involucramiento con las víctimas reales de la trata de mujeres en La Pampa de la región Madre de Dios, pero que se pierde en el camino escabroso y agujereado argumentalmente de La Pampa de la película.
Del lado del documental, en el marco del festival también se presentó Wändari o “territorio” en lengua de los Arakbut, una comunidad indígena originaria de Madre de Dios (y es así que este texto se queda cinematográficamente en la misma región de la amazonía peruana donde empezó).
De las primeras cosas que vemos además de la majestuosidad verdosa del paisaje, es el cercenamiento de una corteza, de un árbol que quizá ha tardado 200 años en crecer, y un monito que observa la escena —cositas de la edición, por supuesto—. Desde una gerencia del Gobierno Regional de Madre de Dios, con la imagen de una acumulación gigantesca de expedientes, se denuncia la inoperancia burocrática y política entre trámites que siguen haciéndose a mano y en papel para que la corruptela prosiga plácidamente. Desde la altura de un dron también se registra el avance desenfrenado de la tala sobre este wändari, el mismo registro muestra el campamento de extracción aurífera que es La Pampa y explica las razones por las que los hombres se internan en él, y es que pueden obtener de 500 a 1000 soles al día. Acudimos mediante algunas escenas que parecieran recreadas a operativos de la policía y fiscalía en los asentamientos donde suceden el tráfico y la explotación sexual, las lágrimas y miedo de menores de edad que temen sentar una denuncia porque se les pueden volver violentamente en contra, los casos de feminicidio reportados que son de alarma nacional, en donde —y aquí, un vínculo de realidad con la ficción de La Pampa de Fernández-Moris— se denuncia el abandono de una madre hacia su menor hija que es nuevamente traficada para terminar trágicamente asesinada. Las consecuencias de la extracción, del desenfreno que son fácilmente ficcionables, son lo que alimenta las noticias rojas de medios locales que los de alcance nacional pasan siempre por alto. Y es que la desprotección y depredación de un territorio inmensamente más extenso de lo que se muestra en imágenes de un dron, alcanza consecuencias de dimensiones no solamente ecológicas sino principalmente socioculturales.
Sobre esos elementos que con mayor dificultad puede abordar la ficción, menos aún una superficial o efectista, narra Wändari, que va atendiendo alternadamente entre aquellas consecuencias que alimentan el titular sensacionalista a otras que no son visibles ni conocidas, y cómo es que el desenfreno por el capital, por la riqueza, va penetrando invasivamente en las comunidades amazónicas, pervirtiendo moralidades e identidades antes indiferentes a esas corrupciones capitalistas. Consecuencias de la ambición que son universales. La fantasía del progreso que ha llegado hasta comunidades como la Arakbut, antes no contactadas, pero como dicen a sí mismos: “Somos Arakbut, nacimos en el centro, somos nativos”. Siguiendo con las consecuencias del contacto Arakbut con la carretera interoceánica, ¿qué otras?: nuevas enfermedades, abandono de sus cantos y costumbres ancestrales, desuso de su lengua nativa, olvido de sus costumbres de caza y cultivo, pero que, en sus propias palabras, resisten pese a que la ocupación amenaza con desaparecerlos.
Tanto La Pampa como Wändari marcan dos representaciones disímiles con resultados contrapuestos de temas, como la depredación amazónica y la trata de mujeres, que ambas películas ocupan y entrecruzan, pero que conviven en la programación de un festival de cine sin atropellarse entre sí. Pues de eso se trata a veces, de ampliar la manera de acercarse a distintas miradas reales o ficcionales de problemáticas puntuales como quien da un paseo reflexivo y cinematográficamente turbulento por la realidad nacional.
Dixia Morales / Andares Cine